Artículo publicado hoy día 5 de noviembre en la página 24 en la sección de Opinión del periódico La Provincia de Las Palmas de Gran Canaria.
Estamos viendo cada vez
situaciones muy lamentables con noticias de alumnos y jóvenes que se quitan la
vida, por motivo de acoso físico y psicológico de los compañeros de clase a lo
largo de toda la jornada escolar y su continuidad en las redes sociales fuera
del horario escolar.
Toda la vida hemos tenido en
las aulas a los niños y niñas abusones y acosadores que tanto física como
psicológicamente agreden a los más débiles como si su única forma de divertirse
es reírse y ridiculizar al más débil por el motivo “x”, y por desgracia, sin
enterarse para nada los adultos que están con ellos durante las horas de clase,
patio, comedor, etc.… En la mayoría de los casos se producen los peores acosos
cuando no hay adultos entre ellos, es decir, en los cambios de hora lectivas y
en las zonas que los docentes y personal del centro no controlan.
Los compañeros de los acosados
siempre han sabido lo que sucedía en el aula, y tienen identificados mejor que
nadie a los acosadores, sin que alguien fuera lo suficientemente valiente para
ayudar al débil. Puede resultar muy duro ver la realidad de lo que hemos estado
permitiendo los testigos pasivos a lo largo de todos los años que hemos
convivido con ello, el maltrato y acoso a un compañero.
Por supuesto que los culpables
son los acosadores, que hieren, golpean, insultan, acosan, menosprecian y
humillan a sus víctimas que no tienen las herramientas suficientes para que nos
les afecte lo que los otros piensan sobre ellos, porque entre iguales y a
edades tempranas es muy importante ser aceptado por el grupo y a veces no te
muestras realmente como eres, para que no piensen “los que controlan el
cotarro” que eres “un rarito”, porque no piensa igual que ellos o no
comparten los mismos gustos y aficiones, y como consecuencia de ello, vamos a “meter
en vereda” utilizando descalificaciones personales, humillando y burlándose del diferente por no pensar como
ellos.
Mientras existan grupos
humanos sea de la edad que sea, siempre habrá personas que ejerzan dominación
sobre otras por miles de razones, pero lo triste es ver cómo se ensañan siempre
contra los más débiles o los que no tienen las herramientas sociales
suficientes para desenvolverse como quiere el grupo.
Culpables somos todos, por
pensar que las situaciones conflictivas de luchas entre alumnos del más fuerte
contra los débiles, hacen que ayude a estos últimos a que salgan más fuertes y
que lo superará sin intervención externa, porque se tendría que chivar para
esto.
Culpables somos todos, cuando
desde el principio de los tiempos vemos situaciones de acoso hacia compañeros y
miramos para el lado opuesto, por sumarse al borreguismo de la mayoría.
Culpables somos todos, cuando
ahora teniendo los medios que tenemos y los conocimientos que poseemos, no
actuamos en los momentos y lugares en los que se produce el acoso.
Nadie puede tirar la primera
piedra y sentirse impune, recuerden aquello que se decía: “lo que no te
mata, te hará más fuerte”. Somos testigos y consecuencia de una educación
basada en la ley del más fuerte y de la supervivencia. Tenemos que aprender a
buscarnos la vida en una sociedad que como decía Thomas Hobbes en el siglo XVII:
“Homo homini lupus” (el hombre es un lobo para el hombre).
Por otro lado, tenemos que
decir que hemos estado criando a los niños con un bajo nivel de frustración,
sin saber reaccionar ante la adversidad, originado por una sobreprotección de
las familias y del sistema que es imposible abarcarlo todo. Esa ausencia de la
frustración está originando auténticos problemas en las familias, colegio y
sociedad, por no saber actuar el niño cuando recibe un “NO” por
respuesta.
Duele ver sufrir a un niño o a
cualquier persona, pero lo cierto es que a nadie se le han dado las
herramientas necesarias para educar a sus hijos en los tiempos que vivimos de
libertad, respeto al diferente y democracia plural. Tampoco se nos enseñó
antaño. Podríamos decir que: “Somos lo que vivimos” y dependiendo de cómo
transcurra la vida, los valores que me inculcan y las prioridades que
establezca cada familia, estaré enfocado a ejercer una determinada forma de
vida y actuaré ante los demás, acorde a esos principios.
Estoy convencido de que ningún
padre educa para que su hijo o hija sean acosadores, pero debemos aprender
desde la humildad y el reconocimiento de los errores, que nos podemos equivocar
como familia, que una cosa es mi hijo/a en casa y otra muy distinta es su
hijo/a en el colegio con los compañeros/as. Muchas familias se sorprenden
cuando los tutores de sus hijos les dicen las conductas de sus hijos/as con los
compañeros, durante toda la jornada escolar y su reacción es: “usted me está
hablando de otros niño/a, mi hijo/a en casa no hace, ni dice eso”.
Lo malo no es que se produzcan
esas divergencias de comportamiento entre la casa y el colegio, sino que no se
le de credibilidad a lo que dice el tutor/a de su hijo/a y que se intente
siempre ponerse a la defensiva y echar balones fuera, con justificaciones sin
sentido, defendiendo lo indefendible argumentando lo siguiente: ¿si el niño/a
está más tiempo en el colegio, algo tendrán que hacer ustedes para corregir a
mi hijo/a?, sin valorar la relación paterno/materno filial en el hogar y con
los amigos fuera de casa.
Es cierto que todo este tema
del acoso y los protocolos establecidos por los centros bajo las directrices de
la Administración Educativa, les ha cogido a los colegios con el paso cambiado,
porque supone que los docentes además de preocuparse de que sus alumnos/as
aprendan, maduren, alcancen los conocimientos que imparten en su materia,
tienen que controlar los movimientos de intereses que hay en los grupos a los
que atiende y detectar las fuerzas de presión que hay dentro de cada aula
durante toda la jornada, coordinándose con el equipo docente que imparte
materias en los diferentes grupos para ponerse de acuerdo en sus actuaciones
puntuales y contrarrestar a los alumnos/as que quieren controlar el grupo.
Así mismo, desde el momento
que alguno de los protagonistas que participan en el centro (alumno, familia o
docente) nombra la palabra acoso, se abre toda una maquinaria burocrática, que
llega a ser engorrosa por lo burocrática, pero que es necesaria para dejar
constancia de todo el procedimiento que clarifique esa denuncia de acoso y se
tomen las medidas necesarias en el centro.
Los docentes se quejan que si
además de dar clases atendiendo a sus correspondientes programaciones de aula,
evaluaciones, exámenes, control de aula diario, atención a las familias,
vigilancia de patios y comedores, además si lo nombran instructor o si pertenece
a la Comisión/Equipo de Gestión de Convivencia es un auténtico marronazo que
nadie quiere, porque además nadie está preparado para ello, puesto que todo el
trámite implica aplicar un procedimiento legal establecido que puede ser
invalidado por falta de forma.
En resumidas cuentas, todos
tenemos que poner un poco de nuestra parte para erradicar definitivamente el
acoso de las aulas, lo cual sinceramente veo muy difícil, puesto que los seres
humanos cuando se ven en grupos son incontrolables, gregarios y siempre
intentan hacer prevalecer la ley del más fuerte, y eso no significa que tengan
la razón, ni que amparen al más débil.

