domingo, 7 de junio de 2015

EL VALOR DE LA EXPERIENCIA EN LA DOCENCIA


Retrato de  Denis Diderot obra de Louis Michel Van Loo en 1767

Artículo publicado en la página 37 de la sección de opinión, en el periódico La Provincia el domingo 7 de junio de 2015,

El tiempo pasa y se está aproximando el final de otro año escolar para toda la comunidad educativa y al mismo tiempo, tienen que estar organizando la planificación del próximo curso 2015 – 2016. Los colegios son entes que están sometidos a ciclos que se van repitiendo a lo largo de los años, en donde las personas cambian y los métodos y las formas de trabajar con los alumnos se van adaptando a las nuevas necesidades que demanda la normativa por un lado, y por otro a la imperiosa urgencia de reciclarse y estar preparados para formar a nuestros jóvenes, dotándolos de las herramientas y conocimientos necesarios, para ayudarles a ser mejores personas, y para ello tienen que estar en permanente formación. 

Muchos son los que recriminan al cuerpo docente sus jornadas de trabajo, independientemente de si son centros públicos o privados, y mucho más sus períodos vacacionales, sin tener en cuenta que los enseñantes no solo están al pie del cañón, día tras día, realizando un trabajo con los alumnos, atendiendo a las familias, respondiendo a unas exigencias burocráticas por parte de la administración educativa y que además realiza otro trabajo más silencioso y en la sombra, invisible para todos y que se hace desde su hogar preparando las clases, o rellenando informes, corrigiendo trabajos, contestando email a las familias, etc. añadido a la labor de organizar su vida privada y familiar, cuando el resto de las personas que han trabajado durante su jornada laboral diaria, están de descanso o atendiendo en exclusividad a su familia.

Como en todos los trabajos pueden haber algunas personas, que no respondan a lo que se espera de ellas, pero eso ocurre en todas las profesiones, los garbanzos negros existen en todas las ocupaciones, pero no por ello vamos a estigmatizar a todo un colectivo como ocurre con los educadores, que en su gran mayoría se sienten en la responsabilidad de trabajar en su ámbito y de ir cada día a su centro de estudio con la mejor de sus caras, para estar con los niños, a pesar de lo dura que pueda ser su vida personal, porque se siente feliz de hacer lo que realmente quieren y les gusta, independientemente de todo lo que acontezca en su entorno. Como escuché en una ocasión un eslogan referido a los educadores que decía: “todas las profesiones son importantes…, pero algunas son imprescindibles”. En público todo el mundo habla maravillas de la profesión, pero cuando tienen la ocasión en privado, rastrillazo que te pega.

A veces somos injustos cuando hacemos valoraciones generalizadas sobre profesiones, devaluando su quehacer porque resulta más cómodo criticar y hacer juicios de valor sin conocimiento de causa, que defender a los que lo hacen bien cada día y luchan por dignificar una profesión, como ocurre con la gran mayoría de los docentes, que sin ella el futuro de nuestros hijos y de toda la sociedad sería imposible concebirla. Vivimos en un país que nuestro deporte nacional no es el fútbol, sino poner a caer de un burro a todo aquello que desconocemos y envidiamos.

Es cierto que muchos profesores que llevan años en la docencia, dicen sentirse quemados por no verse apoyados por las personas responsables ante determinadas decisiones y actuaciones, por percibir que la sociedad no le ha dado el respaldo necesario con la misión que realizan, por verse siempre objeto de críticas injustas e injustificadas, porque les han hecho sentir que son los responsables de muchas cosas malas que se producen en la sociedad, sin señalar a los auténticos responsables y un largo etcétera que seguro cada uno según lo sienta, lo pueda contar. Lo cierto es que también los docentes tienen sentimientos, sufren y padecen con todos los despropósitos que se puedan dirigir injustamente hacia ellos, pero también es cierto que no debemos dejar que los árboles nos impidan ver el bosque. No podemos estar siempre auto flagelándonos por todas las cosas malas que se producen a nuestro alrededor, mirándonos el ombligo, lamentándonos de todos los sinsabores que vivimos, sintiéndonos con espinas clavadas que no nos ayudan a seguir el camino con la ilusión y fuerza necesaria para trabajar con los niños, como educadores, nuestros alumnos deben ser la fuerza que nos ayude a hacer que cada día valga la pena ir a trabajar, e interiorizar el verdadero sentido que significa educar, lo que supone dar todo lo que tienes y sabes, sin la necesidad de esperar, con la única esperanza y empeño de ver cómo se desarrollan y crecen personal e intelectualmente los alumnos que están a tu cargo.

Es muy probable que muchos de los que llevan años en la enseñanza me digan, que a estas alturas de la vida ya no esperan sino que llegue su edad de jubilación, porque dicen sentirse que ya han dado todo lo que podían dar y que les cuesta llegar a los niveles de empatía necesarios para engancharlos al aprendizaje con una motivación activa y constructiva para ganarse a un grupo de jóvenes. Yo les digo que esa actitud de resignación solo lleva a la desesperación y a la frustración, que lo mejor es cambiar el chip y saber que las cosas se pueden hacer mejor, de cómo se han hecho hasta la fecha, porque es necesario que se produzca ese espíritu de superación independientemente de la edad que se tenga. Comenzamos a envejecer y a sentirnos mayores, cuando perdemos la ilusión por lo que nos apasiona y nos acomodamos en lo fácil y perentorio. La vida es un aprendizaje permanente, y una lucha contra todo lo que nos suponga inmovilismo y vivir del pasado.

Dicen que agua pasada no mueve el molino, dejemos de estar viviendo del recuerdo y de las cosas negativas del pasado, proyectemos un futuro para nuestros alumnos con ganas, alegría e ilusión, reconozco que a veces puede resultar complicado por esta situación tan caótica que nos está tocando vivir, pero depende mucho de cada individuo, pues las cargas negativas llevan a las personas a enfermar, si no es físicamente, sí lo hará psicológicamente y eso no es bueno para nadie. No podemos dejar de reconocer que la mayoría de las veces, los docentes consiguen con su trabajo, que los colegios sean auténticas islas de tranquilidad y equilibrio para niños cuyas familias tienen verdaderos problemas de todo tipo, familiares, económicos, sociales, etc. y eso no se quiere ver, ni reconocer.

Trabajar en un centro educativo implica el compromiso e identificación con un proyecto, que está asociado a una forma de trabajo responsable que ayude a su ejecución. Es mucho lo que queda por hacer en este campo, y la experiencia de los veteranos es importante para manejar situaciones en las que los años y los conocimientos han ayudado a dar un giro a cualquier situación que surgiera fuera de lo normal. 



Los docentes tenemos que aprender a aprender desde la humildad, desde el reconocimiento de las propias limitaciones de cada uno, para poder ir construyendo unos pilares sólidos en la formación de los futuros docentes. Nadie nace sabiendo y en este ámbito de la educación es fundamental un tutelaje de los veteranos hacia los novatos, para que aprendan a desenvolverse. Está claro que a los nuevos profesores, no se les debe dejar solos, cuando a su alrededor hay compañeros que tienen los años y la experiencia que les pueden ir señalando el camino. Hay centros que tienen elaborado un protocolo para entregar a los nuevos docentes cuando acceden a un colegio, pues de lo que aprendan al principio se verá el resultado con el paso de los años.
Retrato de Giovanna Tornabuoni, obra de Domenico Ghirlandaio hacia 1489.1490

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