Camila Gonzaga, condesa de San Segundo y sus hijos. Óleo sobre tabla 1535-1537. Obra de Parmigiannino, Girolamo Francesco María Mazzola (y taller). Museo Nacional del Prado |
Artículo publicado en la sección de Opinión del periódico La Provincia de Las Palmas de Gran Canaria el miércoles 15 de mayo de 2019
Llevamos décadas viendo como
nuestra sociedad que pensábamos estaba perfectamente amueblada para cada una de
las situaciones externas que se pudieran producir y que todo estaba perfectamente
articulado para solucionarlo ha decaído como un ídolo de barro. Todos hemos
cambiado, nada es permanente.
Hemos evolucionado con el paso
de los años de una estructura autoritaria, rígida donde se pensaba que cada
cosa tenía su sitio y que cada persona
ocupaba un lugar determinado en función de su nacimiento y de la formación que
podías adquirir con los años, a un sistema totalmente distinto. Transcurre el
tiempo y vemos como los cambios que se han ido produciendo en nuestra sociedad
han transformado todo, y aquel
autoritarismo impuesto y aceptado de aquella manera por las mayorías que
controlaban el sistema y generaban un “equilibrio fijo” en todo y en todos, lo
aceptábamos convencidos que eso era lo
mejor.
En el mundo occidental,
dejamos las guerras y los conflictos violentos y eso nos dio una perspectiva de
seguridad y futuro que no existía por el miedo permanente a conflictos entre
iguales, alcanzando con la libertad y democracia otra vida, otro mundo, que a pesar de todos
los beneficios que ha podido entrañar para las personas, ha producido
reacciones contrarias al sistema autoritario anterior, generando en todos los
ámbitos una permisividad que antes era impensable en todos los ámbitos de
nuestra vida, la política, la educación, la sociedad, la familia, la forma de
ver la pareja, la alimentación, etc. Como señala Jaime Barylko en su libro El
miedo a los hijos: “El siglo XX ha sido
el siglo de la permisividad. Por miedo a establecer principios, por miedo a
coartar libertades. por miedo a moldear la vida del hijo como si fuera arcilla
maleable. Por miedo a comprometerse. Por miedo y no por bondad surgieron los
padres permisivos”
Pero esa reacción de permisividad en las familias tiene
sus consecuencias negativas, cuando no se tiene claro el sentido de las
decisiones y del porqué se hacen las cosas, todo es relativo y lo más sencillo para
muchos es no fijar normas para nada, no establecer prioridades relacionadas con
los principios más básicos de la supervivencia de la especie, hasta que la
situación revienta en sus manos.
Consideran los límites y la
autoridad como algo desfasado y trasnochado, en donde el primer principio que
se establece en la educación de sus hijos es la felicidad por la felicidad, sin
formar otros aspectos tan necesarios como es el espíritu de sacrificio, el
esfuerzo personal, la capacidad de superación por uno mismo, capacidad de ponerse
en lugar de los demás, el cariño, el vínculo de familia, etc.
Son tantas cosas que están
adoleciendo las familias en la actualidad en cuanto a la educación de sus
hijos, que de manera directa o indirecta, están reclamando a las instituciones
educativas aspectos que ellos no son capaces de llevar a cabo por debilidad o
desconocimiento y porque no son capaces de hacer lo que deberían hacer ellos en
sus casas.
Siempre decimos que los
colegios ayudan, pero no hacen milagros, las familias son las que deben coger
de nuevo el toro por los cuernos y plantearse desde el principio las que se
proponen tener hijos, qué es lo que quieren para sus descendientes y cuál va a
ser el papel que van a jugar cada uno de ellos en la educación de sus hijos.
De nada sirve que se quieran
tener hijos, si luego no le dedican la atención, cariño y tiempo necesario por
parte de ambos progenitores, de nada sirve una
dedicación laboral más intensa por parte de los padres, si luego no
atienden a sus hijos como merecen. El tener más dinero y todo lo que eso
entraña, por supuesto que ayuda, pero la obsesión por acaparar riquezas materiales en
detrimento del tiempo de compartir-educar a tus hijos, ese tiempo y vivencias
jamás se recuperará y eso se nota e influye sobre todo en los primeros 25 años.
Me duele pensar cuando veo a
jóvenes con actitudes de falta de respeto hacia sus iguales, los padres y
personas mayores, solo quiero reseñar que ellos serán los que tengan que
dirigir este nuestro país, ciertamente la culpa no es solo de ellos,
fundamentalmente de los que han dejado que se llegue a esta situación.
Me duele ver como hay familias
que pierden el tiempo innecesariamente en aspectos superfluos que no ayudan en
nada al desarrollo de la persona, y se les pone en sus manos artilugios como
los Smartphone que son auténticas bombas de relojería cuando se les entrega
para entretenerlos sin más con acceso a unas redes sociales, cuyo inadecuado
uso genera problemas de acoso, ofensas personales y faltas de respeto que muchos
niños no logran superar, y que luego cuando llamas la atención tanto padres
como a los hijos lo justifican diciendo “son bromas, tan solo son niños”, pero
el daño y sus consecuencias están hechas.
Me duele comprobar como los
padres ceden a todas las peticiones superfluas de sus hijos por no saber decir
“NO” a tiempo y por evitar ejercer de padre adulto que cede a cualquier
petición absurda y a destiempo que no ayuda a la formación y educación del hijo
como persona.
Me duele contemplar como los
padres piensan que ayudan a sus hijos defendiendo sus actuaciones violentas y
de ofensas a los amigos o a sus compañeros de clase y cuestionan las decisiones
de los docentes, sin dudar de las acciones y actuaciones nocivas de su hijo.
Lo más triste de todo esto, es
que esos hijos que han sido educados en el exceso de permisividad, sin control,
sin valores ciudadanos, que siempre abanderan sus derechos, pero que nunca recuerdan sus
obligaciones. El sistema en el que vivimos a medida que vayan creciendo estos
niños sin normas, ni principios van a ir dejándolos de lado y quedarán
marginados, porque nadie quiere estar
con los déspotas, caprichosos maleducados y ese panorama que antes podía producirse de forma esporádica en un
sector de la población, nos vamos a encontrar en el futuro como un grupo
numeroso de jóvenes que los etiquetaremos
como los “hijos de la nada”.