miércoles, 15 de mayo de 2019

MIEDO A LOS HIJOS


Camila Gonzaga, condesa de San Segundo y sus hijos. Óleo sobre tabla 1535-1537. Obra de Parmigiannino, Girolamo Francesco María Mazzola (y taller). Museo Nacional del Prado

Artículo publicado en la sección de Opinión del periódico La Provincia de Las Palmas de Gran Canaria el miércoles 15 de mayo de 2019


Llevamos décadas viendo como nuestra sociedad que pensábamos estaba perfectamente amueblada para cada una de las situaciones externas que se pudieran producir y que todo estaba perfectamente articulado para solucionarlo ha decaído como un ídolo de barro. Todos hemos cambiado, nada es permanente.
Hemos evolucionado con el paso de los años de una estructura autoritaria, rígida donde se pensaba que cada cosa  tenía su sitio y que cada persona ocupaba un lugar determinado en función de su nacimiento y de la formación que podías adquirir con los años, a un sistema totalmente distinto. Transcurre el tiempo y vemos como los cambios que se han ido produciendo en nuestra sociedad han transformado todo, y aquel  autoritarismo impuesto y aceptado de aquella manera por las mayorías que controlaban el sistema y generaban un “equilibrio fijo” en todo y en todos, lo aceptábamos convencidos  que eso era lo mejor.
En el mundo occidental, dejamos las guerras y los conflictos violentos y eso nos dio una perspectiva de seguridad y futuro que no existía por el miedo permanente a conflictos entre iguales, alcanzando con la libertad y democracia  otra vida, otro mundo, que a pesar de todos los beneficios que ha podido entrañar para las personas, ha producido reacciones contrarias al sistema autoritario anterior, generando en todos los ámbitos una permisividad que antes era impensable en todos los ámbitos de nuestra vida, la política, la educación, la sociedad, la familia, la forma de ver la pareja, la alimentación, etc. Como señala Jaime Barylko en su libro El miedo a los hijos: “El siglo XX ha sido el siglo de la permisividad. Por miedo a establecer principios, por miedo a coartar libertades. por miedo a moldear la vida del hijo como si fuera arcilla maleable. Por miedo a comprometerse. Por miedo y no por bondad surgieron los padres permisivos”
Pero esa  reacción de permisividad en las familias tiene sus consecuencias negativas, cuando no se tiene claro el sentido de las decisiones y del porqué se hacen las cosas, todo es relativo y lo más sencillo para muchos es no fijar normas para nada, no establecer prioridades relacionadas con los principios más básicos de la supervivencia de la especie, hasta que la situación revienta en sus manos.
Consideran los límites y la autoridad como algo desfasado y trasnochado, en donde el primer principio que se establece en la educación de sus hijos es la felicidad por la felicidad, sin formar otros aspectos tan necesarios como es el espíritu de sacrificio, el esfuerzo personal, la capacidad de superación por uno mismo, capacidad de ponerse en lugar de los demás, el cariño, el vínculo de familia, etc.
Son tantas cosas que están adoleciendo las familias en la actualidad en cuanto a la educación de sus hijos, que de manera directa o indirecta, están reclamando a las instituciones educativas aspectos que ellos no son capaces de llevar a cabo por debilidad o desconocimiento y porque no son capaces de hacer lo que deberían hacer ellos en sus casas.
Siempre decimos que los colegios ayudan, pero no hacen milagros, las familias son las que deben coger de nuevo el toro por los cuernos y plantearse desde el principio las que se proponen tener hijos, qué es lo que quieren para sus descendientes y cuál va a ser el papel que van a jugar cada uno de ellos en la educación de sus hijos.
De nada sirve que se quieran tener hijos, si luego no le dedican la atención, cariño y tiempo necesario por parte de ambos progenitores, de nada sirve una  dedicación laboral más intensa por parte de los padres, si luego no atienden a sus hijos como merecen. El tener más dinero y todo lo que eso entraña, por supuesto que ayuda, pero la obsesión  por acaparar riquezas materiales en detrimento del tiempo de compartir-educar a tus hijos, ese tiempo y vivencias jamás se recuperará y eso se nota e influye sobre todo en los primeros 25 años.
Me duele pensar cuando veo a jóvenes con actitudes de falta de respeto hacia sus iguales, los padres y personas mayores, solo quiero reseñar que ellos serán los que tengan que dirigir este nuestro país, ciertamente la culpa no es solo de ellos, fundamentalmente de los que han dejado que se llegue a esta situación.
Me duele ver como hay familias que pierden el tiempo innecesariamente en aspectos superfluos que no ayudan en nada al desarrollo de la persona, y se les pone en sus manos artilugios como los Smartphone que son auténticas bombas de relojería cuando se les entrega para entretenerlos sin más con acceso a unas redes sociales, cuyo inadecuado uso genera problemas de acoso, ofensas personales y faltas de respeto que muchos niños no logran superar, y que luego cuando llamas la atención tanto padres como a los hijos lo justifican diciendo “son bromas, tan solo son niños”, pero el daño y sus consecuencias están hechas.
Me duele comprobar como los padres ceden a todas las peticiones superfluas de sus hijos por no saber decir “NO” a tiempo y por evitar ejercer de padre adulto que cede a cualquier petición absurda y a destiempo que no ayuda a la formación y educación del hijo como persona.
Me duele contemplar como los padres piensan que ayudan a sus hijos defendiendo sus actuaciones violentas y de ofensas a los amigos o a sus compañeros de clase y cuestionan las decisiones de los docentes, sin dudar de las acciones y actuaciones nocivas de su hijo.
Lo más triste de todo esto, es que esos hijos que han sido educados en el exceso de permisividad, sin control, sin valores ciudadanos, que siempre abanderan  sus derechos, pero que nunca recuerdan sus obligaciones. El sistema en el que vivimos a medida que vayan creciendo estos niños sin normas, ni principios van a ir dejándolos de lado y quedarán marginados, porque nadie quiere estar  con los déspotas, caprichosos maleducados y ese panorama que antes  podía producirse de forma esporádica en un sector de la población, nos vamos a encontrar en el futuro como un grupo numeroso de jóvenes que los etiquetaremos  como los “hijos de la nada”.



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