El baile de las cuatro bretonas 1886, obra de Eugene Henri Paul Gauguin |
Artículo publicado en la sección de opinión en el periódico La Provincia el día 28 de marzo de 2017
Cada uno de nosotros ha
intentado educar a nuestros hijos de la mejor manera que hemos entendido, buscamos
lo mejor para ellos, eso no significa que sea lo más sofisticado, ni
lo más adecuado o conveniente en ese momento, y que pueda ayudarle a forjar su
futuro de forma constructiva.
Si hiciéramos un símil de la
vida con un tablero de ajedrez, a veces algunos padres quieren que sus hijos se
salten algunas casillas del tablero de la vida, intentando facilitarle aspectos
que debe vivir cada persona y que no sirve para nada, que los padres quieran
eliminar sufrimientos y experiencias que son necesarias para forjar el carácter
y las conductas del individuo. Al final vemos como la vida nos hace volver al
punto de partida, hasta que no aprendemos en propia piel, aquellas vivencias y
experiencias que son verdaderamente necesarias para pasar a la siguiente
casilla.
El exceso de proteccionismo
que estamos viviendo y viendo en las familias hacia sus hijos, pasará una
factura al cobro cuando pase el tiempo y los hijos tengan que tomar decisiones
importantes y no hayan alcanzado la madurez, ni la autonomía suficiente, al haber
estado supeditado siempre a las decisiones de sus progenitores.
Todas esas familias
protectoras en exceso de sus hijos piensan que haciendo los padres cosas que
debería corresponder hacer a los hijos, les van a mejorar la calidad de vida,
sin darse cuenta del perjuicio que les están produciendo a largo plazo,
impidiendo que asuman las responsabilidades, deberes y obligaciones que tienen que
asumir cada uno con su edad, sin ir más lejos hoy en día en la universidad ya
se ven a padres acompañando a sus hijos en las revisiones de exámenes, ¿cuándo
se les va a dejar a los jóvenes que se equivoquen y aprendan de sus errores,
para llegar algún día a ser independientes?.
Hay que dejar que cada hijo
viva su momento de vida y que aprenda del mismo. Los padres están ahí para
ayudar y orientar, no para vivir ellos las experiencias que debían experimentar
sus hijos, evitando que aprendan de sus propias experiencias.
Ningún padre quiere que sus
hijos sufran o padezcan dolor alguno, yo no hablo de ese sufrimiento físico
provocado por algo externo o enfermedad. Los adultos debemos estar ahí para
impedir que existan accidentes por no tener en cuenta los cuidados mínimos
necesarios.
Hablo del aprendizaje real y
diario de los niños a través de sus
errores y equivocaciones, que nos hace reconducir nuestras vidas para evitar
que volvamos a tropezar en la misma piedra. Hablo de ese umbral mínimo de
fracaso que no están teniendo los niños por una culpa real de los padres, que
hacen que se sientan desdichados los hijos que no consiguen lo que quieren de
forma inmediata.
El ser humano es imperfecto
por naturaleza y a lo largo de la historia ha aprendido cuando ha querido de
sus imperfecciones, para mejorar su vida y la de los demás.
Casa de Taganana |
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